Desde su creación
en 1918, sólo en una ocasión se había abordado el estudio de la
flora del entonces Parque Nacional de Ordesa por los profesores Losa
y Montserrat en los ya lejanos años 40. Cuando ya está rayano el
final de siglo, desde el Instituto Pirenaico de Ecología se ha
vuelto a plantear dicho trabajo, aunque ahora ampliado a los cuatro
valles de la actual configuración del Parque Nacional de Ordesa y
Monte Perdido: Ordesa, Añisclo, Escuaín y Pineta. Este estudio se
completa con el de las comunidades vegetales, aspecto sobre el que
no existía hasta el momento un compendio para tan singular espacio.
La empresa no es
fácil al abarcar sus cuatro valles casi 16.000 ha de terreno, con un
desnivel de 2655 m (desde los 700 m s.n.m. en Añisclo hasta los 3355
m del Monte Perdido), y una orografía escarpada con cañones y
paredones hasta de 500 metros de altura.
Si bien al
visitante urbanita lo que más le habrá llamado la atención serán las
selvas y los grandes acantilados del Parque, los bosques sólo ocupan
el 17% de su superficie. Sin embargo, el montañero habrá podido
apreciar que la mayor extensión del territorio la ocupan, con
diferencia, los pastos fruto de centenares de años de coevolución
con los herbívoros, seguido de los pedregales de la alta montaña.
En el Parque se produce una mezcla de influencias climáticas que da
lugar a la aparición de distintas clases de comunidades vegetales.
Así, tenemos desde vegetación mediterránea que penetra en las partes
más bajas como en Añisclo, pasando por la submediterránea de los
cresteríos pedregosos calizos y resecos por el viento, o los pozos
de oceaneidad con presencia de plantas propias de ambientes más
cercanos al atlántico, y finalizando con la vegetación de ambiente
alpino de las altas cumbres.
Sin embargo, los
lugares más singulares por la presencia de plantas endémicas son los
roquedos y las pedrizas, sitios éstos donde la vida vegetal está
dificultada por la escasez de recursos y un ambiente muy extremo.
Ello ha actuado de motor adaptativo y evolutivo que ha permitido la
diversificación específica. Allí podemos encontrar la mayor parte de
los endemismos que existen en el Pirineo, algunos de los cuales han
sobrevivido a las glaciaciones como la célebre oreja de oso (Ramonda
myconi) o la Borderea pyrenaica; otras plantas son más
“jóvenes” como una bella campanilla azul (Campanula
cochleariifolia), la atrapamoscas (Pinguicula longifolia),
un cardo (Cirsium glabrum), o rompepiedras como Androsace
pyrenaica Petrocoptis crassifolia, Saxifraga aretioides y muchas
más.
Toda esta variedad
de ambientes permite el establecimiento en el Parque de más de 1300
especies de plantas vasculares, reunidas en casi un centenar de
comunidades vegetales.